Todas las plantas en mayor o menor medida, dependiendo de la especie, requieren de luz para vivir. El proceso de fotosíntesis mediante el cual las plantas procesan los alimentos que consumen no puede ser realizado sin una fuente de luz adaptada a las necesidades específicas de cada especie. Las comúnmente llamadas plantas de sol son especies que requieren recibir luz intensa y algunas de ellas luz solar directa durante varias horas al día para su normal desarrollo, como los cactus, la orquídea, las crassulas, el aloe vera o las bromelias, y las plantas de sombra que se acostumbra cultivar en interiores por lo general provienen de selvas tropicales donde la densidad vegetativa favorece la aparición de una penumbra acentuada que propicia el desarrollo de especies con necesidades moderadas de luz como la azalea, la cheflera, el ficus, el tronco del Brasil, el ciso o la aspidistra. Cuando una planta no recibe la cantidad e intensidad de luz apropiada para su especie muestra síntomas de debilitamiento y enfermedad.
En términos generales las especies florales y las de follaje coloreado requieren de luz intensa pero no de radiaciones solares directas, por lo que pueden ser cultivadas en ambientes interiores con buena iluminación, decorados en colores claros, con espejos y cristales que reflejen la luz, o en exteriores pero protegidas de los rayos solares. Es importante tomar en consideración las variaciones de la luz solar de acuerdo a la región, el horario y la época del año, así como la ubicación de la planta en la coordenada sur si se trata de una especie con necesidad de luz intensa o en la coordenada norte si es una planta que prefiere la sombra. La combinación de bombillas tradicionales y luces fluorescentes también aportan a las plantas una interesante fuente de luz complementaria similar a la luz natural.